Friday, August 26, 2005

Sepultureros

Ante los lamentos, gritos y llantos de los dolientes que acompañan los desafortunados que hacen del panteón de Las Cruces su última morada, ellos permanecen tranquilos y serenos, sus miradas se mantienen fijas en el trabajo que realizan, una labor no siempre bien vista pero de la que obtienen el pan nuestro de cada día.

Los sepultureros trabajan todos los días del año, bajo el sol o la lluvia; son los últimos en estar cerca del cuerpo de un desconocido y al cual tratan con cuidado y respeto.

Es mediodía en el cementerio municipal de Las Cruces –construido en 1945 por el entonces presidente municipal José Ventura Neri y siendo gobernador el general Baltasar R. Leyva Mancilla– y se respira un ambiente de paz y tranquilidad.

Desde las 8 de la mañana las rejas están abiertas para que los deudos visiten los restos de sus seres queridos. Una fuente de agua no tan cristalina que se ubica justo a la entrada, da la bienvenida a los visitantes de este camposanto.

  

El día que uno muere lo único que vale son los amigos

  

Del lado derecho, bajo la sombra de un árbol, se encuentra recostado Silvestre Alejo Román, quien descansa plácidamente en un sillón; justo a sus espaldas se ubica una cripta, y a su lado derecho, una sencilla cruz de madera .

Silvestre Alejo Román, originario de San Miguel Guerrero, municipio de Chilpancingo, procede de una familia que se ha dedicado a este oficio. Su madre falleció hace tres años, laboró por mucho tiempo en este mismo panteón: “ella cuidaba las tumbas, las limpiaba, arreglaba, yo me vine para Acapulco porque ella estaba aquí, al principio me daba miedo quedarme, pero ya tengo 33 años trabajando en esto”.

Sus ojos están ocultos por unos grandes lentes negros, en la plática interviene Salomón del Carmen Carrillo, quien también es sepulturero.

Salomón del Carmen de ánimo más platicador dice: “La muerte no respeta días de fiesta, sabe, el dinero es pura fantasía, los amigos son los que valen el día de su muerte”.

Ambos se mantienen serios, sonríen, Silvestre Alejo Román a sus 55 años de edad representa un poco más; por las noches es el velador del panteón municipal y en el día se dedica a sepultar a quien le pidan.

Con voz apenas audible, tímido, comentó “es de familia estar en el cementerio, todos trabajabamos aquí, mi padrastro también trabajaba aquí. Empecé como peón, hacía revolturas para tapar a los muertitos, ayudaba en los entierros”.

Confiesa apenado,“al principio me daba miedo estar aquí, pero el marido de mi mamá era sepulturero del ayuntamiento. Fue como en 1978 que empecé de albañil para hacer las tumbas de los muertitos, yo aquí me puedo dormir bien, ya me acostumbré, es como estar en mi casa, aquí está uno tranquilo, el aire está sabroso”.

Reconoció que se cree que ellos lucran con el dolor de otros, “pero es el trabajo de uno, qué le vamos a hacer; uno está haciendo la bóveda, estamos trabajando y tapando al muertito y la familia está llorando. Uno no hace caso, como si nada, pero también cuando le pasa a un familiar, aunque uno no lo quiera es el trabajo de uno”.

Vacilante, afirmó que para poder hacer su trabajo mientras todos lloran “uno pone el corazón duro, pero se siente uno mal al estar tapando a la persona, me ha tocado gente que no deja que tapemos a su familiar, se siente uno mal por estar escuchando llorar a la familia, pero ni modo que estemos llorando con toda la familia, ya me acostumbré a oírlos”.

Repitió:“Me daba miedo trabajar aquí y más en la noche cuando me tocaba guardia al fondo del panteón, pero ahora en la noche camino normal, de mi trabajo sólo me gusta que tengo trabajo, uno no quisiera que hubiera muertos, pero es mi trabajo, no quisiéramos porque también tenemos familiares y se pueden morir también”.

El aire corre fresco por el lugar, los visitantes son pocos, el silencio del cementerio es interrumpido a oleadas por la música que sale de los camiones que transitan por el boulevard José López Portillo.

Cuando se le pregunta a Silvestre Alejo Román si le ha sucedido algo sobrenatural en el panteón, no puede ocultar una risa, señaló que “en el panteón no espantan, nunca me ha pasado nada sobrenatural aquí, pasa allá afuera con los vivos, se sale uno tantito y están los mañosos, aquí en el panteón no pasa nada, todo está tranquilo”.

Con su experiencia afirmó que los entierros más dolorosos son los de las mamás, “porque vemos llorar a todos los hijos”.

La labor de sepulturero ha sido heredada a dos de sus cuatro hijos, “ellos escarban los pozos, ahorita como ya no hay lugares se escarba un metro; pero donde si está feo es con los que se van a la fosa común, se entierran de cinco o seis, hace un mes enterramos a once en un sólo pozo, se echan así, como Dios nos envió al mundo, desnudos y sin que nadie les rece nada”.

  

Nunca me imaginé ser sepulturero

  

Salomón del Carmen Carrillo, está ahora recargado en su bicicleta con la cual recorre más fácilmente el cementerio municipal.

El sepulturero explicó que el tiene sólo 15 años de dedicarse a este oficio, labor que, en su vida, nunca pensó realizar.

La experiencia que más recuerda es la del paso del huracán Paulina, “fue triste porque como ya no había lugar llegamos a enterrar en un pequeño pozo a 18 personas, entre niños, jóvenes y adultos, fue triste y doloroso”.

Además de sepultar, para obtener un ingreso extra es cuidador de las tumbas por las que cobra al mes de 10 a 15 pesos, “me encargo de tenerlas limpias, para que cuando venga el familiar siempre la encuentre limpia y bonita, pero ya son pocos los que pagan por eso”.

Solícito accedió a dar un pequeño recorrido por el panteón: “Sabe, llueve o truene nosotros siempre estamos aquí, porque si fuéramos flojos, entonces quién iba a sepultar, y aunque no nos guste de ahí dependen nuestras vidas, de los muertitos comemos”.

El panteón es definido por él como un lugar de paz y tranquilidad, en donde nunca pasa nada.

Los sepultureros tienen una teoría acerca del número de personas que asisten a enterrar a alguien,“cuando vienen sólo unos poquitos, creemos que en vida eran orgullosas, hay gente que es pobre y viene mucha gente, es que se dio a querer; pero fíjate que hay canijos que vienen solos, no hay ni quién los cargue porque así habrán sido en vida”.

Por eso afirmó:“El dinero es pura fantasía, los amigos son los que valen el día de su muerte”.

Ya de salida, al caminar por los pasillos del cementerio, Salomón del Carmen se detiene en una cripta y dice: “de todos los epitafios que hay éste me gusta, es de la familia Rivera Aguilar y dice: Porque te vas pasando sin hablarme, que porque soy de tierra y tu de carne. Apresuras tu paso tan ligero, espera tu compañero, el pedido que te hago es corto y voluntario, reza un padre nuestro y un sudario y prosigue tu marcha, aquí te espero”.

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