Friday, August 26, 2005

El panteón de San Francisco


Aquí es de los hombres su última jornada y de la vida su ultima morada

La expropiación del viejo panteón de San Francisco para levantar sobre sus muertos  viviendas del Infonavit,  será de los poquísimos agandalles frustrados del gobierno del extinto José Francisco Ruiz Massieu. Otro escándalo será la venta de buena parte del  parque Papagayo, con destrucción de árboles centenarios, destinada a una fábrica de brasieres y pantaletas. Detrás de ambos atentados estará el genio expropiador de Edgar Elías Azar, hoy, como Juanito Walker, tan campante.

La reculada en el caso del Papagayo obedecerá a una ejemplar lucha cívica emprendida por  grupos ambientales de la ciudad, mientras que en el caso de la Necrópolis se dará por miedo. Pánico, más bien dicho, fente a un reproche sordo y rabioso cuyas claves sabrán descifrar a tiempo los tinterillos del “toma todo”.

–No se metan con los sentimientos profundos de la gente porque no se la van a acabar –aconsejará oportunamente un personaje de los  medios cercano al primer círculo  del poder ilustrado.

No faltaron, por otro lado, las  advertencias sobre batallas civiles de largo alcance  e incluso las amenazas directas. “No saldrán vivos los cabrones que vengan a desenterrar a nuestros difuntos”, musitarán rabiosos los hombres armados velando diariamente en el camposanto. Los zopilotes  no llegaron, nunca llegarán.

El decreto  ordenando la expropiación del  “Barrio del Panteón, a favor del Ayuntamiento de Acapulco”,  se publica en el Diario Oficial del Estado el 27 de enero de 1989 pero quedará misteriosamente sin efecto. Un mandamiento escrito quizás con tinta simpática para poder borrarlo si las cosas se complicaban.

Muchas interrogantes quedarán sin respuesta  en torno al macabro asunto. ¿Obedeció la  reversa a un rapto de sensatez en tan preclaros juristas o bien temieron los efectos de una película gringa del momento? Aquella en la que  cadáveres descarnados emergen de la tierra para castigar a los autores de una  urbanización que les había robado la paz de sus sepulcros (“¡Ay, mamachita!”, como decía Resortes).

Y es que la ficción macabra del cine nada tiene que ver con la realidad cotidiana. Que lo digan sino los habitantes de Las Crucitas y El Hueso, ajenos a cuentos y leyendas en torno a zombis asesinos, lloronas quejumbrosas o chaneques chocarreros. Ello no obstante que ambos barrios están asentados en los dos primeros cementerios de Acapulco, uno de tiempos de La Colonia y el otro apenas anterior al de San Francisco.

Más antes, volviendo al asunto de las obsesiones confiscatorias de nuestros gobernantes, un Alcalde sin difuntos mayores en Acapulco lanzaría un buscapiés con el mismo propósito. Esto es, urbanizar el panteón de la avenida Pie de la Cuesta dizque para asegurarle techo a los más jodidos. El desistimiento no será obligado por voces de ultratumba sino por sonoras mentadas de madre.

La superficie del panteón de San Francisco no fue producto de ninguna transacción inmobiliaria sino de un vil agandalle luego santificado. Pudo haber pertenecido ese terreno al Marqués de Acapulco, don Gonzalo Mesía de la Cerda y Valdivia, con título expedido por el rey de España el 31 de mayo de 1711, y la hipótesis tiene sustento. El cortesano español abandonará repentinamente sus posesiones y no volverá más al puerto. Se dirá que por culpa de una sífilis galopante pescada aquí por su afición a las chinas, más que a las chinerías.

Los frailes  franciscanos, asentados en Acapulco a partir de 1602, tenían a su cargo la apertura y cuidado de los cementerios de la ciudad. Serán pues ellos quienes a la saturación del existente procuren la fundación del que llamarán San Francisco. La orden religiosa abrirá el 7 de  junio de 1606 un Convento, con iglesia y claustro dedicado a N.S. de la Guía, patrona de Manila, Filipinas.

Ocupará un promontorio conocido como El Teconchi (hoy viejo palacio municipal) y en su jardín interior abrirán un pozo para abastecer de agua a las embarcaciones procedentes de Asia. Franciscanos serán también los fundadores del panteón San Fernando de la ciudad de México, hoy Rotonda de las Personas Ilustres, residencia eterna de don  Benito Juárez.

Aquí de hecho serán dos panteones separados por una breve barda de adobe. El de la derecha (San Francisco) destinado a  la “gente decente”, en tanto que el de la izquierda (San Esteban) estará reservado para  indios, negros, mulatos, orientales,  pobres e indigentes, apenas con cruces de referencia.

Su vida fue un suspiro que

engarzó la virgen bella

La primera cruz clavada en aquel sudario piadoso corresponderá a la niña de siete meses Paula Roberta Quirós Abarca, inhumada el 1 de febrero de 1860. Dos meses más tarde, el 9 de abril del mismo año,  la madre tierra recogerá a doña Gertrudis Lerma, víctima aquí de la malaria. La dama originaria de Rosario, Sinaloa, es considerada por diversas crónicas como la primera  habitante de aquella necrópolis y en efecto lo fue, pero en la clase adulta.

Don Jacinto Quirós y doña Susana Abarca regresarán desolados el siguiente 24 de octubre para sepultar a una segunda hija: Natalie Crispina, de “3 años 10 meses y 19 días”. La pareja no escatimará recursos para dar un bello sepulcro a sus dos angelitos, cuya lápida será de mármol de Carrara confeccionada por la casa italiana de Carlos  Bonfigli, luego con amplia clientela en la ciudad.

Una bella novia de Petatlán morirá repentinamente en la parroquia de Nuestra Señora de la Soledad, víctima del cólera morbus. Caerá súpita rumbo al altar donde la esperaba su novio, un Capitán del ejército federal vestido de gala para la ocasión. Su epitafio será de época:

Llegaba ya al altar... feliz esposa

allí la hirió la muerte, aquí reposa.

Moradores ilustres

¡Y que llega la Reforma! La vigencia de la Ley Orgánica del Estado Civil, del 27 de enero de 1857, para regular el establecimiento y uso de los cementerios deja a la jerarquía eclesiástica fuera del macabro negocio. También se pondrá fin al cobro de  “derechos funerarios, misas y vigilias” para los fallecidos a bordo de embarcaciones con destino a este puerto, aun cuando reposaran en las profundidades oceánicas.

Otros ciudadanos notables del siglo  diecinueve reposaron y reposan en San Francisco. El californiano Emilio M. Link, fundador en 1858 de la Botica Acapulco (hoy propiedad de mi compañero de banca Josafat Cortés); el cónsul estadunidense John Sutter y sus hijos Carlos Alfredo y Arturo. Don Domingo Balboa Berreatúa, autor en 1850 de un pozo profundo alrededor del cual se fundará el actual barrio de La Poza.

Doña Benita Rumbo, casada aquí con desterrado príncipe heredero del Reino de Portugal, Miguel de Braganza, fundadores ambos de la numerosa familia acapulqueña de Los  H. Luz (23-3-1892).

El doctor Roberto S. Posada, muerto el 11 de octubre de 1897 luego de una vida entregada al servicio de los más necesitados y por lo cual la calle de su consultorio lleva hasta hoy  su nombre.

Las más de 300 víctimas del Teatro Flores, convertido en hornaza sin salida, marcharán a su última morada durante una jornada colectiva de pena y dolor desgarradores. Presentes, sin faltar uno, los disminuidos  cuatro mil habitantes de Acapulco. Irán detrás una y otra vez de aquellos cortejos dramáticos, silenciosos unos, musicales otros. Los encabezarán una carreta jalada por bueyes y cuatro carretones tirados por mulas, recolectores cotidianos de basura. Los pequeños cuerpos carbonizados, humeantes todavía, serán arrojados sin ningún protocolo a un zanjón abierto debajo de un trueno. Un cura trasijado musitará apenas aquello de “polvo eres y en polvo te convertirás”.

Las autoridades municipales dedicarán más tarde un monumento como “Homenaje a las víctimas del 14 de febrero de 1909 en el teatro Flores  de Acapulco”.

Que los coros de los ángeles arrullen tu sueño eterno

Hablando de criptas, monumentos y columbarios, el mausoleo más grande y lujoso del sitio lo construirá la familia Uruñuela,  ricos empresarios y comerciantes de origen hispano. Allí descansarán partir de 1903, don Constantino Uruñuela, doña Luz Eliott de Uruñuela, doña Agustina Eliott y don  Nicolás B. Uruñuela. Este último ocupará la alcaldía de Acapulco en 1910 y más tarde un escaño en el Congreso local.

El 21 de diciembre de 1927 es otra fecha aciaga para Acapulco. El asesinato de Juan R. Escudero junto con sus hermanos Francisco y Felipe, conturba al puerto y a la nación entera. El héroe civil acapulqueño reposa hoy en la Rotonda de los Hombres Ilustres, lejos de sus hermanos en San Francisco.

Otros acapulqueños en el panteón de la avenida Pie de la Cuesta: Pablo G. Bermúdez (13-1-01); Aarón Simón Fúnes (14-7-01) Bolo von Glumer, (2-7-02) padre de la notable educadora acapulqueña Bertha del mismo apellido; Carlos Adame (1909), padre del homónimo primer cronista de Acapulco; Guadalupe Sutter (12-9-16); el ex alcalde Antonio Pintos Sierra (12-2-19), el ex gobernador Rodolfo Neri ( 24-1-21); el coronel Valeriano Vidales, hermano de Amadeo, autores ambos del Plan de El Veladero (1922).

El profesor Felipe Valle, notable educador, ex gobernador de Colima y ex alcalde de Acapulco (2-6-28). Reginaldo Sutter (28-12-41), abuelo del ex alcalde Ricardo Morlet Sutter; don Isauro Polanco (1-5-45) popular violinista y director de orquesta; doña Vicenta Paco de  Diego (6-7-43); Ludwig, Hermilo y Lourdes Walton , bisabuelo, abuelo y hermana de Luis Walton Aburto; general Miguel Serrano (15-11-15) Emilio Casís (9 11-24); Ramiro de la O Téllez (19-2-46) y Tomás Diego  (7-11-40).

¿Lloran los muertos? o el muerto soy yo

La última defunción en San Francisco fue la de doña María de la O, el 19 de julio de 1956, no obstante tener el osario casi una década fuera de servicio. El alcalde Luis Martínez Cabañas, por gestiones del diputado  local Canuto Nogueda Radilla, ordenará la  excepción para cumplir el último deseo de la luchadora social: descansar junto a su esposo Antonio Rodríguez Castañón. Veinte años más tarde los separarán para llevar a doña María  una rotonda de Hombres ilustres.

Cuando el alcalde José Ventura Neri ponga en servicio el cementerio de Las Cruces, en 1947, sufrirá el rechazo de los  acapulqueños  por ubicarlo en el “quinto infierno”. Entonces, el de San Francisco alargará su vida útil hasta la sobresaturación. El primer habitante del nuevo panteón será también un infante.  Antonio Canales Ramos, de seis meses, hijo del  médico Arturo Canales Zúñiga y su señora esposa.

¿Alguien creerá que el camposanto de la avenida Pie de la Cuesta está libre de fantasmas curiosos , duendes chocarreros y chaneques atrevidos?  Por lo menos así lo afirman sus vecinos del lado norte, usufructuarios únicos del tétrico paisaje,  y quienes incluso usan la tierra sagrada para cultivar flores y sembrar hortalizas. Una versión avalada en todas sus partes por un buen número de vagos que a través del tiempo han tenido alguna cripta o mausoleo como residencia temporal.

No fue igual  a finales del siglo 19. Habitantes del Barrio del Panteón han dejado testimonio sobre la presencia  de una versión costeña de  La Llorona. Cuentan que la piel se les ponía chinita, chinita y el corazón se les quería salir  cuando escuchaban un grito profundo y lastimoso:

–¡ Aaaaaayyyy misss hijiiiijooooooooooss!

Doña Susana, encargada actual del cementerio, confirma la ausencia de seres de ultratumba aunque no niega haber visto sombras, muchas sombras. Ella misma se dá valor: “Han de ser los  vagos y viciosos del rumbo, acostumbrados a quemar acostaditos  sobre las tumbas”.

RIP

Discípulo de José Francisco Ruiz Massieu, el acalde López Rosas vuelve hoy la mirada hacia el panteón de San Francisco con un proyecto secreto. Aun no se levanta ninguna lápida pero si ya muchas sospechas.

¿Santa la Muerte?

¡Es una cabrona!

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